Se dio cuenta que la gota caída tendría compañía al segundo siguiente y al tercero también. La miró inquieta
incómoda
incapaz de sentarse.
La otra parecía contener una risa volcánica, nada pertinete y que probablemente, fuese el carbón que le daba velocidad al tren María-Catalina en un espiral de vías y rieles hacia un centro dónde chocaba sobre sí misma. Pero no había lugar a razonar demasiado en ninguna, la una por pasional despechada, y lúdicamente Catalina cruda, insensible. Aunque en el aire hay cierto humo de reconciliación, son niñas y las niñas no guardan rencor, son centros de sus mundos pero se abren sin prejuico, con su poderosa capacidad de cretivadad y abstracción, pueden romper la cadena negra de pensamientos que parecían ser todo, relativarse la absoluta validez de lo propio y la calumnia consciente ajena, y si es cierto que te odio, también están mis brazos moviéndose despacio hacia tu abrazo.